Las escuelas no han de entenderse como dispensadores de conocimiento e información, sino como lugares donde se dan las relaciones nutritivas que son necesarias para que se produzca el aprendizaje.

Lo que aprendemos por medio de nuestras relaciones con otras personas, de manera vivencial, en un intercambio social y afectivo, permanece con nosotras de por vida.

El amor, o su ausencia, transforma la mente infantil para siempre.

El amor deja una huella imborrable en los procesos cognitivos ya desde nuestras primeras experiencias afectivas, porque las conexiones neuronales se construyen en gran medida por medio de la interacción social, de la relación con otras personas.

Sólo cuando un bebé ha desarrollado un vínculo afectivo seguro es capaz de invertir su atención en explorar y descubrir el entorno: cuando siente miedo, deja de explorar y regresa corriendo junto a su «figura de apego»

El amor como relación de ayuda o de cuidado implica la aceptación, la autenticidad y la empatía. Es el sentirnos aceptados en una relación lo que nos da seguridad y nos permite descubrir y expresar todo nuestro potencial.

En las aulas, algo seguirá muriendo poco a poco mientras no nos hagamos eco de la misma idea que el psicólogo Harry Harlow proclamaba a los cuatro vientos: que la calidad de nuestras relaciones nos marca desde el primer hasta el último día de nuestras vidas. Y que sólo recuperando y habitando el amor, conseguiremos de verdad transformar la educación.

Os dejo el texto completo. Fuente: estonoesunaescuela.org