Cuando llegamos a casa con nuestro bebé recién nacido y escuchamos su llanto intenso, se nos disparan las dudas, y ahora ¿qué hacemos? ¿por qué llora? ¿qué le pasa?

Un recién nacido no llora por llorar, ni mucho menos para molestar o llamar la atención o porque sea caprichoso. Con esta edad aún no existe la intencionalidad. Su llanto nos está indicando que tiene hambre o sed, que requiere un cambio de pañal, que tiene aires, sueño, frío o calor, dolor, o que necesita un cambio de postura o contacto físico. Un recién nacido llora porque no sabe hablar y no tiene otro modo de expresar que necesita ayuda cuando le está pasando algo.

Poco a poco iremos perfeccionando la técnica de identificación del llanto, y aprenderemos a dar una respuesta congruente con sus demandas, mientras tanto, en cuanto el bebé empiece a llorar hay que atenderle inmediatamente y calmarle. 

A nivel físico, cuando un bebé llora, su cerebro produce  adrenalina y cortisol. Estas sustancias en pequeñas cantidades tienen una función positiva en el organismo cuando se dan en casos de alerta o de peligro. Pero el bebé aún es muy pequeño, y no es capaz de discernir inicialmente si está viviendo una situación de riesgo o no y lo que es más importante: no es capaz de reducir por si solo los niveles de cortisol que su cerebro está segregando. El bebé necesita del adulto para calmarse y regularse. Necesariamente el bebé tiene que ser contenido y sostenido por un adulto. Es el adulto el que ayuda al niño a equilibrar su estado emocional, él por sí solo no puede hacerlo.

En definitiva lo conveniente sería cogerle, tocarle, acariciarle, cantarle, hablarle, mimarle y consolarle. Es decir, entenderle, empatizar con su sufrimiento y recogerle, ayudándolo a regular la toxicidad del cortisol  que su cerebro está segregando. Cuidar estos aspectos en la primera infancia sientan unas bases idóneas para el desarrollo equilibrado a lo largo de toda su vida.

Fuente: educacion-emocional.es